PARTICIPACIÓN CIUDADANA Y DISCAPACIDAD

“Por una sociedad de todos y para todas”

Víctor Rey

Las últimas décadas han sido marcadas por importantes transformaciones en América Latina.  Nos referimos a los cambios en la organización de los gobiernos, con el advenimiento de las democracias y en materia educativa con las implantaciones de reformas.  Pero precisamente debido a que se trata  de hechos de aparición reciente cabe cuestionarse si han existido los suficientes espacios de debates políticos, sociales y eclesiales y la suficiente participación y si todos los miembros de esta sociedad están en iguales condiciones de participar.  Creo que una tarea de las iglesias en el momento actual es la estimular el progreso del conocimiento como un instrumento de no discriminación y promoción del género humano en un mundo marcado por la globalización, el neoliberalismo y la nueva cultura de la posmodernidad.

Damos gracias por El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) que promueve el tema de la discapacidad mediante una oficina, desde 1983.  También el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), con criterio ecuménico viene promoviendo talleres y consultas que aborden el tema de la discapacidad desde la perspectiva de las iglesias y de las personas afectadas.

Toda ciudadanía del reino de Dios debe partir reconociendo la dignidad de todos los seres humanos, que son creados a imagen y semejanza de Dios, hombre y mujer.  Podemos intuir que esta imagen y semejanza es interna, no externa, pues de lo contrario Dios tendría tantos aspectos externos como seres humanos existen en el mundo, y esto no tendría sentido.  Dios es, y nada más.  Por eso, la tradición judía no admite la posibilidad de representarlo. Esto es clave para dialogar en torno al tema de la no discriminación, la inclusión y la integración.

Desde la teología, el tomar al reino de Dios como un principio integrador, una utopía integradora, es desafiante: hay diferencias, pero las diferencias no tienen por qué ser causa de separación, ni valoración de por sí.  La Biblia dice: “Como buenos administradores de las variadas bendiciones de Dios, cada uno sirva a los demás según los dones que haya recibido.”  También Levítico dice: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.   Creo que este precepto bíblico es lo único que cuenta y todo lo demás es comentario.

Después de sostener que debemos amar, respetar, aceptar y no discriminar al diferente, ¿qué más podemos hacer o decir?  Mucho más.  Hacer actos de justicia y ayudar al prójimo tanto material como espiritual, es quizás la mayor obligación que el cristianismo impone a su grey.

Yo sé que es fácil pontificar cuando uno sólo adolece de una discapacidad relativamente menor, y tuvo la suerte de tener una buena rehabilitación y una buena educación.  Pero todos necesitamos sensibilizarnos y concientizarnos para vivir en sociedades más sanas, más integradoras y menos discriminadoras.  Es una tarea de todos los días.  Esta fue la razón por la cual me involucré el año pasado en la defensa y promoción de la Ley Antidiscriminación que se discutió en Chile.  Gracias a Dios está ley fue aprobada y ya está en vigencia.  Resulta paradójico reconocer lo que costó para ser aprobada y las reacciones contrarias de sectores religiosos que se oponían siendo ellos los más discriminados en la historia de Chile.

Por esta razón el martes 8 de noviembre del 2011 quedará marcado en la historia de Chile como el día donde se avanzó para hacer un país más libre, tolerante y respetuoso, ese día se aprobó la Ley Antidiscriminación.  La aprobación en el Senado de la ley contra la discriminación es un importante hito para la sociedad chilena.  La mayoría que aprobó el proyecto demuestra que se puede avanzar hacia un país más inclusivo en que se respete a todos y a todas.

Nuestra historia tiene muchas muestras en las que se ha avanzado para superar discriminaciones odiosas. Esto lo podemos comprobar revisando el comienzo de nuestra vida independiente, Chile dio el ejemplo terminando con la esclavitud.  Durante los siglos XIX y XX en el Congreso Nacional se produjeron debates  que recogió la historia  que culminaron en la aprobación de leyes que terminaron con diversas formas de discriminación.

En este camino, las religiones han tenido un rol relevante, puesto que en un principio nuestro Estado se declaraba católico y discriminaba a otros grupos religiosos.  En el siglo XIX se dio una batalla de ideas para establecer los cementerios laicos y el matrimonio laico.

Las iglesias evangélicas han tenido históricamente el respeto de los sectores más avanzados en su lucha por la libertad de cultos.  También es digno de recordar la separación Iglesia y Estado que consagró la Constitución del año 1925.  Recientemente durante los gobiernos de la Concertación se aprobó una ley de cultos que les reconoció igualdad de derechos y en otra  se estableció el 31 de octubre como el Día nacional de la Iglesias Evangélicas.

En 1935 se aprobó el derecho a voto para las mujeres en las elecciones municipales y recién en 1949 se les permitió votar en las elecciones presidenciales y parlamentarias.  En esa ocasión también hubo quiénes se opusieron teniendo posiciones que hoy nadie defendería.  Ese logro de las mujeres y de la sociedad chilena, sin embargo, no ha terminado con la discriminación por género.

También se ha luchado contra la discriminación política, que tuvo su expresión más brutal durante la dictadura militar del General Pinochet.  Se logró eliminar el artículo octavo de la constitución que discriminaba  a formas de pensamiento.  Queda en la conciencia  de que el respeto a las particularidades de cada chilena y chileno redundaría en un mayor  bienestar para las personas y en una inestimable contribución al bien común.  Este ideal se halla expresado en el artículo primero de nuestra constitución –todos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos-, en la defensa de las libertades fundamentales, en el gran número de tratados, declaraciones e instrumentos internacionales que Chile ha suscrito en este sentido.

Pero este ideal está lejos de volverse realidad.  En Chile se discrimina en todas las áreas de la vida ciudadana por una larga lista de razones: desde el sexo hasta el origen social, desde el credo hasta la identidad de género, pasando por la orientación sexual, el lugar de procedencia y tantos otros motivos.  Chile es hoy un país más discriminador que pluralista, un país donde todavía imperan las supremacías culturales del pasado.  Se ha avanzado en ciertas áreas, pero estos esfuerzos son insuficientes a la luz de los informes de derechos humanos que realizan anualmente diversas instituciones, informes que dejan a Chile en un pobre lugar respecto de otros países.

En este proceso, se ha vivido en estos días un nuevo capítulo: la aprobación en el Senado de la ley antidiscriminación.  El establecimiento de un procedimiento judicial para denunciar la discriminación es un logro para toda nuestra sociedad.  Desgraciadamente algunas personas que representan a iglesias evangélicas, iglesias que han sido históricamente discriminadas por su opción religiosa se han manifestado en contra de esta legislación reclamando por el artículo que alude a la orientación sexual e identidad de género.

Con dolor y tristeza hemos visto en estos días el triste espectáculo  que han ofrecido algunos sectores evangélicos fundamentalistas en relación a este proyecto de ley.  En especial por los reiterados y concertados ataques homofóbicos verbales y escritos.  Dolor por el enfoque basado en una interpretación literalista y legalista de la Biblia, abiertamente discriminadora y falta de amor y compasión.

Son lamentables las muestras de intolerancia de un sector de la sociedad chilena que justamente ha sido uno de los más discriminados por muchos y ahora los discriminados de antes se han vuelto los nuevos discriminadores, pero afortunadamente el Senado ha entendido mayoritariamente que debe legislar para todos quienes habitan Chile sean respetados en su condición humana.

Esta ley no constituye una amenaza ni para el matrimonio ni para la familia.  La ley no establece la igualdad absoluta.  Simplemente define la discriminación. Ya que todos los seres humanos tienen dignidad y no valen por su aspecto físico, su origen familiar, creencia religiosa, su etnia, su orientación sexual, su vocación y su conducta. Prohibir la discriminación no es imponer la igualdad absoluta.  Se trata de establecer diferencias pero en base al desempeño, no en base a la orientación sexual, la etnia o el origen.  El acuerdo de vida en pareja es una alternativa de vida a una realidad social y se busca soluciones y regulaciones a una realidad de hecho, que no podemos tapar e ignorar con amenazas y acusaciones.

Considero que las muestras de fundamentalismo, integrismo, fanatismo e intolerancia que hemos visto por parte de algunas iglesias, es producto de la gran crisis que están viviendo estas instituciones que hace urgente hacer un alto en el camino y pensar la misión y la identidad de esas iglesias.  También de hacer una reflexión seria sobre el contexto y la cultura a la luz de la Biblia y en diálogo con la realidad redefinir la misión que deben tener estas expresiones religiosas en esta cultura para ser sal y luz y fermento en la sociedad, donde tantas personas buscan una respuesta para darle sentido a sus existencias en un mundo que  es plural y diverso.  Si los evangélicos no son capaces de enfrentar este desafío seguirán siendo parte de esta sociedad, pero como grupos de religiosos sectarios, viviendo en ghettos, sin ser un aporte y menos entregando buenas noticias.  Considero que la ignorancia y la falta de información son dos elementos que no permiten el crecimiento y la influencia que de los evangélicos en la sociedad chilena, hacen que su rol se cada día menos significativo y menos pertinente.

La aprobación de esta ley es una buena noticia para la sociedad chilena y también para las iglesias y otras expresiones religiosas y espirituales, porque esta ley no está pensada solo en minorías, sino en todos los habitantes de Chile que merecen respeto, y entre ellos están las iglesias evangélicas.

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